“Los únicos que no viven el secuestro son los pobres extremos”, recalca Roberto Briceño León, sociólogo. Hasta los colegios ha llegado la necesidad de conseguir personal de seguridad

Caracas.- “Yo quiero que me des un tiro… ¡Dispárame, pégame un tiro!”, gritó Rubén Martínez a su contrincante mientras extendía sus brazos de par en par y acercaba su pecho a la pistola del hombre que lo apuntaba. De inmediato, las personas a su alrededor se tiraron al piso. Otras comenzaron a correr y a llamar a la policía.

“¡Dispara, dispara!”, gritaba, mientras el hombre daba un paso hacia atrás a medida que Rubén se le acercaba. “Acabas de cometer un grave error, porque yo ya soy hombre muerto, no me importa morir”, le dijo el guardaespaldas al antisocial, quien titubeaba con el arma en la mano. Él sabe muy bien que si el maleante dispara directamente a la zona izquierda de su pecho, podría ser el fin.

Pero como guardaespaldas, él comprende que en una situación así, debe bloquear cualquier oportunidad que atente contra la vida de su clienta, Jennifer Hernández, una reconocida modelo que logró escapar de ese fanático armado que se volvió acosador, gracias a que contaba con un experto en seguridad personal que finalmente tomó el control de la situación.

“Sin novedad”, asevera el guardaespaldas antes de ingresar a los niños a la institución privada en la que estudian. Está sentado de copiloto en el “transporte escolar”, que suele ser una camioneta blindada de vidrios ahumados.

El chofer también anda armado y ambos no usan cinturón de seguridad, pues deben estar preparados ante cualquier eventualidad. Se acerca la hora ir a clases, pero el perímetro debe estar completamente asegurado.

“Tengo muchos colegas que son guardaespaldas escolares”, asegura Rony Álvarez, quien protegió por un año a dos hijos de un empresario: uno de cinco y otro de trece. Asegura que este campo de trabajo se ha vuelto común en la ciudad capital. “Solemos trabajar en los colegios ubicados en el Cafetal, la Alta Florida, Altamira y Baruta”.

Una misma ciudad, Caracas, dos escenas distintas en horas distintas que tienen en común la presencia de escolta privada. ¿Hasta para ir a los colegios? Ya deja de sorprender. Tanto en la capital como en otras ciudades de Venezuela hay guardaespaldas. Desde políticos hasta niños. Una empresa en crecimiento que se salió del centro del poder nacional para diseminarse por otras poblaciones.

De acuerdo con Amalio Belmonte, sociólogo, investigador y Secretario de la Universidad Central de Venezuela, hoy en día no es sorpresa que los ciudadanos que viven en zonas alejadas de la ciudad puedan contratar a un guardaespaldas.

Ya no sólo las personas que vienen del exterior solicitan seguridad privada, sino también las personas que viajan al interior. “Antes este tipo de situaciones eran propias de las grandes ciudades. Hoy en día en un pequeño pueblo se puede presentar un riesgo igual al que se vive en la ciudad capitalina. La forma delincuencial se ha multiplicado y las bandas organizadas incluso están tecnificadas. No hay una zona que no esté en riesgo”, asegura Belmonte.

“Sería muy difícil concebir que en un pueblo o localidad pequeña de países europeos como Suecia o España, los ciudadanos busquen una protección distinta a la institucional. Sin embargo, aquí se genera eso porque los venezolanos no confían por completo en la seguridad que le proporciona el estado”, agrega el sociólogo.

De acuerdo con el informe anual del Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), en el año 2012 se observó “un incremento de la privatización de la seguridad personal”. Según cifras de la Dirección General de los Servicios de Vigilancia y Seguridad Privada (Daex) del Ministerio para la Defensa, en el país están registradas mil 45 empresas y cooperativas de vigilancia privada, protección y transporte de valores.

Martínez, quien es el creador de la Compañía RMX Sensei Seguridad y es experto en artes marciales –con más de 20 años de experiencia en su oficio- considera que la promoción de la violencia ha originado el incremento de las industrias de los guardaespaldas, y es una de las causas que producen sus muertes en ejercicio.

“Hay personas que se han vuelto extremadamente violentas y ya no respetan a nadie, ni a las autoridades. Ahora no le quitan el maletín con dinero a una persona, simplemente lo matan porque a medida que los delincuentes van asesinando, van subiendo de estatus. Ya uno se vuelve escudo humano, tengo muchos compañeros que han muerto, pero si yo acepto el trabajo, lo llevo hasta las últimas consecuencias”.

La profesión

Estos profesionales trabajan en ambientes distintos, y pueden clasificarse de acuerdo al público al que atienden. Existen los llamados guardaespaldas de bajo perfil, usualmente contratados por comerciantes que hacen trato con dinero en efectivo, por lo que se necesita de alguien que esté entrenado a nivel logístico en caso de que se requiera hacer un intercambio de bolsos o transacciones bancarias.

Otros trabajan para profesionales extranjeros o personas que vienen del exterior a realizar seminarios, congresos o a atender asuntos en el país por un tiempo determinado. También están los que brindan sus servicios a figuras públicas como políticos y artistas, y los que son contratados para que acompañen a un individuo mientras realiza sus actividades por tiempo indefinido.

Un Consultor General de Seguridad –que prefirió permanecer anónimo- explica que un guardaespaldas debe recibir entrenamiento psicológico, físico, legal y, en caso de usar armas, necesita adiestramiento especial para evadir y prevenir un delito.

En el ramo escolar los clientes suelen pedir que los profesionales busquen a los niños desde las residencias y los lleven al colegio. Por lo tanto, con una hora de anticipación, se vigilan los espacios cercanos a la casa y la institución. En los casos de alto riesgo, se amerita la figura del guardaespaldas desde que los niños inician sus actividades hasta que las culminen.

Rony Álvarez agrega que las instituciones tienen normas de seguridad especiales que se deben tomar en cuenta, pues generalmente no se permite que los escoltas permanezcan dentro de las instalaciones.

“Los colegios privados funcionan así: ellos tienen entrada y salida de vehículos. En el momento en que se baja el niño del carro, el personal del colegio lo recibe y, una vez dentro, está resguardado. Si no se cuenta con estas entradas, se debe estacionar el carro cerca de la institución, un guardaespaldas se queda ahí dentro y el otro lleva a los niños”.

Ciudadanos desprotegidos

“Cuatro antisociales me secuestraron dentro del estacionamiento del edificio en el que vivía. Mi Fiesta Power fue interceptado por un Corsa en el que estaban dos hombres: uno me apuntó con una pistola y me obligó a quitar el seguro de las puertas, mientras que el otro entró y me arrastró hacia el asiento de atrás. Luego me colocaron un saco negro en la cabeza y no pude ver más nada”.

De esta forma Mariana –quien prefirió no decir su verdadero nombre para preservar su identidad- relata cómo fue secuestrada en marzo del 2012 cuando vivía por El Hatillo. Tres días después de su rapto, su padre, dueño de una panadería, pago la suma de Bs. 500 millones por la libertad de su hija. Desde entonces, sus compañeros de clase en la universidad no la ven sola, dos guardaespaldas le hacen compañía.

Existen varias razones por las que se ha desarrollado la industria de guardaespaldas en Venezuela. De acuerdo con el sociólogo y experto en criminología, Roberto Briceño León, existen dos puntos a considerar: el incremento en el delito violento (homicidios, robos y secuestros), y la disminución de la protección policial y la acción de justicia.

“La vía por la que se está yendo es una de mayor violencia y de mayor privatización de seguridad. Lamentablemente, también incrementará la aplicación de justicia por manos de los propios ciudadanos, porque la policía no tiene autoridad para actuar ni apoyo moral o práctico para hacerlo. Los guardaespaldas son la respuesta a un policía que no protege o que incluso puede estar involucrado en el delito”, asegura.

La socióloga Maryclen Stelling considera que el aumento de las peticiones de servicios de guardaespaldas se debe a que los ciudadanos perciben un nivel de inseguridad mayor al que existe. “A medida que crezcan las noticias sobre muertes violentas o robos, las personas que deban cuidar de bienes o fortunas recurrirán a la ofertas de los guardaespaldas. En consecuencia, es posible que estos profesionales se hayan convertido en un mercado”.

Mientras tanto, empresarios, dueños de negocios o ciudadanos de clase media en Venezuela, han optado como medida de seguridad enviar a sus familias al exterior o incluso abandonar el país. Rubén Martínez relata que luego de haber trabajado varios años como guardaespaldas del dueño de un negocio, su jefe optó por sacar a su familia a otro país. “Con el tiempo, él envió a sus hijos a España por la muerte de los hermanos Fadoul. Es una pena que ocurran este tipo de situaciones”.

Roberto Briceño León considera que hay un uso excesivo de violencia que diferencia la acción delictiva de ahora con la de antes, y lo asocia con la suma de nuevos delincuentes en Venezuela. “La violencia se ha generalizado en todo el país y en todos los estratos sociales. Antes se secuestraban a los ricos, ahora secuestran también a los de clase media y a los pobres. Los únicos que no viven el secuestro son los pobres extremos, pero si alguien tiene sólo una moto y le secuestran a un familiar, debe venderla para pagar el rapto”.

Ni los funcionarios del gobierno

Para robarle su moto y sus armas reglamentarias, el guar- daespaldas de la Fiscal General Luisa Ortega Díaz, Pedro Ramón Infante (37 años), fue acribillado en mayo de este año por dos antisociales que le dispararon seis veces mientras estaba de civil esperando a un amigo en Antímano, Caracas.

En el 2012, Yingger Mendoza Carranza (36 años) el guardaespaldas del ministro de Petróleo y Minería, Rafael Ramírez, fue asesinado en la avenida Andrés Bello de la ciudad capitalina; Pablo Marín Meléndez (43 años), también guardián del funcionario, fue ultimado pocos meses después con un impacto de bala en la cabeza y otro en la espalda.

Morir por alguien

Rubén Martínez, experto en seguridad y en artes marciales, confiesa que desde que comenzó a trabajar hace más de 20 años como guardaespaldas, su vida ya no cuenta. “Yo estoy muerto. En el momento en que comienza a contar mi vida, bajo la guardia. Yo tengo miedo, pero temo más por dejar solos a las personas que quiero. Mi parte motivacional y espiritual me hacen estar allí. Si prometo salvar a alguien, yo cumplo con mi palabra y mi familia sabe eso.

En la mira

De acuerdo con el sociólogo Amalio Belmonte, la violencia delincuencial en el país ha crecido de tal manera que afecta a las propias personas encargadas de cumplir con el rol de seguridad. “Constantemente vemos a guardaespaldas, policías y funcionarios asesinados. Las figuras de autoridad son tan ponderables como los ciudadanos comunes”, asegura.