El Universal
Miguel Bahachille M.

11 de enero de 2016

La angustia de la mayor parte del país ante la notable mengua de su condición de vida activó un sentimiento de cambio claramente evidenciado el 6-D. El giro político hasta sirvió para descollar el cinismo de algunos. No habían transcurrido 24 horas para que un “convencido revolucionario” rasgueara por las redes: ¿ahora qué?; ¡las colas siguen igualitas! como dando por cierto que éstas son ineludibles porque ya forman parte del nuevo esbozo cultural instituido por el socialismo del siglo XXI. Así pues, los verdaderos demócratas, justificadamente desesperados ante tantas penurias, no pueden caer en la trampa de suponer, como el absurdo amigo de las redes, que con la juramentación de los diputados de la MUD el 5 de enero, “todo quedará resuelto”.

No. La nueva Asamblea no puede acabar con las colas “de cuajo” porque no administra divisas ni determina su otorgamiento para adquirir los insumos perentorios. Es potestad del Ejecutivo conducir el presupuesto y responder por “su buen uso” a objeto de garantizar el suministro de materias primas y equipos ineludibles para la expansión estándar de sectores agrícolas, laboratorios, droguerías, ferreterías, hospitales, industrias, electrodomésticos, enlatados, enseres básicos, repuestos, medicinas, equipos médicos, etc.

Ciertamente la nueva Asamblea tendrá potestad constitucional para fiscalizar los gastos del Estado, interpelar funcionarios públicos, crear leyes y poner en claro el destino del presupuesto nacional, entre otras. Pero no puede atribuírsele adeudo alguno por los abusos administrativos causados por la “actual juntura del poder”. El dominio absolutista de la Asamblea durante 15 años exime de todo pecado a la recién instalada el 5 de enero.

No, los parlamentarios de la MUD que recién asumen funciones no son culpables de la crisis monetaria, de las subidas de precios y depreciación del bolívar, del caos vial, del mal funcionamiento del sistema educativo, de la escasez de alimentos y medicinas, ni del desorden administrativo, ni del desbordamiento de la delincuencia. El gobierno ha venido actuando como el vecino que siempre cree tener la razón cuando inculpa al otro por el desastre que él y su familia han creado en el condominio. Todo el mundo está al tanto dónde y por qué se originó la crisis.

Los vehementes amaños recurridos por el régimen para justificar el ostensible trance social evidenciado en todos los sectores del país, hoy carecen de efectos políticos. Por ejemplo, la treta de “la guerra económica” que no tuvo el efecto buscado por el oficialismo durante la campaña, mucho menos lo tendrá ahora aunque el Presidente y colaboradores más cercanos persistan en ello. Incluso los disidentes del oficialismo, pisando tierra firme, no se tragan más el cúmulo de coartadas inservibles y ahora exigen respuestas asertivas. Si el gobierno persiste con la obstinada confrontación destructiva la crisis se extenderá y a la sazón no podrá seguir culpando “al otro”.

El peligroso juego de “yo no fui sino los 40 años anteriores” esgrimido por el oficialismo durante 16 años ante manifiestos conflictos sociales está haciendo aguas. El gobierno no puede seguir refugiándose en representaciones ilusivas, meramente especulativas, como Patria, Revolución, Socialismo del siglo XXI, mientras se acrecientan las colas y la inflación hace de las suyas. Tampoco mientras la delincuencia actúe a la libre. En el 2015 (con índice de impunidad de 96%) ocurrieron 28.000 asesinatos (Observatorio Venezolano de Violencia). Es decir, trece homicidios cada 4 horas.

La victoria del sector democrático con 112 diputados contra 55 va más allá de un guarismo coyuntural como manifiestan los radicales del gobierno. Casi 8 millones de votantes envían un claro mensaje al parecer no entendido por la actual administración que ha despilfarrado un millón de millón de dólares en algo más de tres quinquenios. El recado es: “no queremos más colas y sí un mejor país para todos”. La tendencia a favor de la MUD, por ahora de 2 millones de votos y la victoria parlamentaria en 20 estados, significa una inquebrantable voluntad de cambio. De allí su gran importancia. Lo demás está por verse.

Fuente: