Carlos Meléndez Pereira
(Coordinador OVV Lara)
Al día siguiente de haberse entregado las bolsas de comida bajo el sistema de distribución gubernamental de los Comité Local de Abastecimiento y Producción, también conocidas como “bolsas CLAP” en los hogares del estado Lara, al centroccidente de Venezuela, se observa la llegada de “el cambiador”, uno de los nuevos personajes de la encarnizada realidad venezolana del siglo XXI. Con su presencia, el engranaje de la subsistencia continúa funcionando y la comida, repartida cada tres meses, pasa a otras manos intermediarias que la llevarán a las procesadoras de alimento de consumo animal.
Por las calles de los sectores pobres de la entidad caminan “los cambiadores” con jabón en polvo, para transarlo por los paquetes de harina y arvejas que son aborrecidos por la mayoría de los beneficiarios. El negocio es sencillo, hay un principio base de intercambio: nada es obligado, “el cambiador te da una mejor oferta que el gobierno, por eso no se critica” me comenta una mujer del oeste de Barquisimeto.
Las modalidades pueden variar por municipios o sectores, pero en general es una harina por un kilo de jabón o en su defecto dos de arvejas por uno de jabón. Es decir, el alimento que es mayoría dentro de la bolsa se transa por el jabón de mala calidad que se comenzó a vender al detal de manera más recurrente con la escasez de productos de limpieza en el país.
Cuando llega el cambiador, mujeres y hombres salen a las calles a realizar el trueque; el sueño feudal de Chávez. “Llegó el cambiador, llegó el cambiador” gritan los vecinos y entre las manos empobrecidas salen de las casas las bolsas entregadas bajo la política que Maduro ha definido como “inédita, antiimperialista, eficaz y audaz” pero que según el Departamento del Tesoro estadounidense sirvió para enriquecer, entre otros, a Alex Saab.
Las mujeres, algunas con camisas y gorras del PSUV, reciben su jabón y le dicen al cambiador “tome esa harina que no pega con nada y sabe a cucaracha” El intermediario recibe el producto y las familias un destino menos nefasto que botar los alimentos. “¡La bolsa de Maduro servirá para limpiar las pocetas!”, exclama una mujer adulta mayor en su resignación.
Dentro del barrio, las mediciones de las necesidades se resignifican con la intervención de este nuevo personaje. Ahora, quien no salió de su casa con la llegada del cambiador es porque no tuvo otra opción que comerse lo que trajo la bolsa. “Aunque hay hambre uno se rebusca, pero hay un montón de gente que ya no la está cambiando, es lamentable” afirma una mujer de 45 años del municipio Crespo que tiene a su cargo 4 nietos de tres hijos que migraron a Ecuador.
Bajo controles más sofisticados se mantiene parte de una sociedad que finge ser engañada y un gobierno que finge distribuir la riqueza con mecanismos de reparto con el que justifica la corrupción. Al final, la bolsa llega al consumidor, las organizaciones comunitarias del partido-gobierno cumplen, los líderes y lideresas del PSUV en el barrio continúan con sus métodos de control social autoritario, las empresas de alimento siguen sus contratos con el Estado, el ministro comunica el logro de sus objetivos y los marranos terminan comiéndose las arvejas y la harina; en un concierto de acuerdos que transitan entre lo legal y lo ilegal.
Las personas cabizbajas guardan en el silencio el daño que ocasiona la indignación. No denuncian el delito del que están siendo víctimas porque la acción, en sus procesos cognoscitivos cotidianos, no se registra como un delito. Emprender cualquier esfuerzo que apunte a lo que desde el discurso formal de la ciudadanía se pudiese aspirar, representa exponerse a un ensañamiento individualizado para la familia, que puede terminar en la interrupción del servicio de gas, las amenazas de colectivos (grupos armados no estatales) o el rechazo indirecto de los vecinos por asumir un comportamiento que “no conduce a nada”.
Se van instalando sobre un espacio políticamente fragmentado de hambre y controles, significados como el de preferir “resolver con el cambiador”. Los que todavía apoyan al gobierno culpan a los últimos del eslabón en la cadena distributiva, con los mismos dispositivos con los que las autoridades excusan sus violaciones de derechos, mientras que los que se oponen al gobierno muestran su descontento, pero poniendo cualquier planteamiento de exigencia de derechos en el extremo lejano de la desesperanza. El resquebrajamiento de la idea de comunidad termina montándose sobre una subjetividad llena del “resolver” y carente del “exigir”. Se construye más comunidad para migrar que, para exigir la garantía del derecho a la alimentación; lo primero cobra mucho más sentido para el bienestar que lo segundo.
La representación del elegir comprar lo que se quiere con ingresos dignos aparece más desdibujada, no se verbaliza en las primeras conversaciones sobre el tema. Las lógicas de ascenso y bienestar propias de las sociedades liberales no encuentran asidero en el marco referencial de la narrativa oficial de “patria, control y reparto” así como tampoco en el discurso cotidiano de “resuelve, sobrevivencia y espera”. La aspiración principal sobre la política alimentaria es que las bolsas “sean decentes, como en Caracas donde los productos son otros y la distribución de proteínas es constante” me comenta un joven beneficiario del CLAP.
Muchos se ríen porque ahora el barquillero quiere cambiar harinas por barquillas y los niños salen corriendo a repetir la secuencia de una relación que su madre, padre o abuela realiza. Dos referencias (la del barquillero y los niños) que indican parte de lo que ocurre con nuestra economía, con la familia y sus vivencias para alimentarse y los patrones de socialización primaria con los que van creciendo nuevas generaciones de venezolanos
Mientras que, sobre el mismo comportamiento rentístico, pero ahora sin renta, emergen nuevas expresiones del habilidoso de siempre, en un país de necesidades humanitarias que ahora gira en torno a la comida. Un perfil más que habrá que añadir a la lista en la que figura el enchufado, bachaquero y raspacupos; nacidos del vientre del socialismo del siglo XXI.