Economía y Negocios

Gaspar Ramírez
Internacional
El Mercurio

En cualquiera de los escenarios posibles en que derive esta crisis, los problemas que enfrente el país serán los mismos, y van desde la criminalidad hasta la convivencia social.

Caiga o no caiga Nicolás Maduro. Si Juan Guaidó convoca a nuevas elecciones o no. Si EE.UU. aumenta la presión sobre el chavismo o no. Cualquiera sea el rumbo que tome la crisis venezolana, los problemas que enfrenta el país seguirán ahí, y son de todo tipo: levantar la economía, conseguir y distribuir alimentos y medicinas, reconstruir los poderes Ejecutivo y Judicial, invertir en carreteras, hospitales, en el sistema eléctrico, en PDVSA.

Un escenario complejo que requiere un programa de reconstrucción y de reunión de la sociedad, dividida y polarizada después de 20 años de chavismo.

Hambre

La escasez de alimentos y medicinas es el tema más urgente y que ya comenzó a ser tratado con el envío de ayuda humanitaria. Según cifras entregadas por Guaidó en su “Plan País: la Venezuela que viene”, 1,3 millones de personas sufren de malnutrición, y en 2017, 6 de cada 10 venezolanos habían perdido 11 kilos en un año por no comer.

“Venezuela se enfrenta a una situación de emergencia de corto plazo, como la que viene después de un terremoto o un huracán”, dice Peter Hakim, presidente emérito de Diálogo Interamericano, quien considera que “la necesidad más apremiante es ayudar y proteger” a los venezolanos en peligro por la falta de tratamiento médico agravado por “el estado desastroso de los hospitales”.

La economía

La escasez es en gran parte generada por las distorsiones de la hiperinflación, la prioridad económica, y que este año está proyectada en 10.000.000% por el FMI.

El economista y diputado José Guerra dice que para controlar la hiperinflación deben cerrar la brecha fiscal, “que hoy se financia con inflación, es decir, imprimiendo dinero a través del Banco Central”. Todo eso implica, a la vez, elaborar un plan masivo de reestructuración de deuda de “forma amigable, transparente y rápida con los acreedores”, estima Guerra, y agrega que Venezuela está en default de 15 mil millones de dólares.

Lo más complejo en lo económico es, precisamente, lograr la reestructuración de la deuda. “Eso tarda. Venezuela no tiene contacto con los bancos de inversión, con los acreedores. El mercado está cerrado para Venezuela. De hecho, no hay oficina del FMI en Venezuela. Chávez los echó hace más de 10 años. Hoy necesitamos del FMI y no tenemos ni siquiera contacto con ellos”, señala el presidente de la comisión de Finanzas y Desarrollo Económico de la Asamblea Nacional.

La otra prioridad es estabilizar la tasa de cambio, que se encontraba fija desde 2003, y que hace unas semanas fue puesta a la par con el “dólar negro”: el Banco Central fijó una tasa de cambio de 3.299 bolívares soberanos por dólar, mientras que antes era de de 638 bolívares por dólar, y a comienzos de 2018 era de 10.

Para Guerra, esto no es suficiente, ya que la tasa de cambio es “demasiado volátil, influye sobremanera, determinantemente sobre los precios, de manera que hay que procurar la estabilización del tipo de cambio. Y con el ancla cambiaria y una política de financiamiento externo, nosotros pensamos que podemos parar la hiperinflación de una vez”.

Hakim apunta a la petrolera estatal PDVSA, “tal vez, la institución más crítica” de Venezuela y que representa el 96% de las exportaciones de la nación (ver infografía).

La seguridad

Junto con los problemas económicos, la inseguridad es la principal razón de los venezolanos para dejar el país. Venezuela registró en 2018, 23.047 muertes violentas, la mayor en el mundo después de Siria, según el informe anual del Observatorio Venezolano de la Violencia (OVV). Además de homicidios, el país tiene un alto índice de secuestros y delitos menores, con una alta tasa de impunidad, que repercute en el aumento de la inseguridad.

Roberto Briceño-León, director del OVV, propone tres grandes líneas de “recuperación inmediata” de la seguridad.

La primera: que las autoridades envíen un mensaje comunicacional moral, muy claro y sostenido, de que “no va a ser lo mismo ser un delincuente que ser una persona honesta. Parece una perogrullada, pero es lo que en gran medida se ha quebrado en el país”, dice el sociólogo.

Segundo: reforzar la seguridad de la población, “de las personas comunes y no de los personajes”. Briceño-León estima que la crisis de criminalidad de la última década hizo que gran parte de la seguridad fuera dedicada “a proteger al Estado y no a las personas”, e hizo crecer la seguridad privada. “Hay que buscar la manera de coordinar todo ese inmenso grupo de gente que trabaja en seguridad privada para que pueda trabajar coordinadamente con lo público, y en ese sentido, aumentar la seguridad”, dice el sociólogo.

Todo esto, junto con una depuración de los cuerpos policiales, en una institución penetrada por grupos criminales.

Y tercero: disminuir la impunidad. Según OVV, entre el 98 y el 99% de los homicidios “no tiene castigo” en Venezuela, y el 64% de los delitos que no son homicidios no son denunciados. Esto influye directamente en el aumento de los homicidios. En paralelo, ha subido el número de muertes a manos de policías bajo la calificación de “resistencia a la autoridad”: 7.500 el año pasado.

Simultáneamente a estos tres puntos, hay que restaurar el control del Estado sobre las cárceles, despejar las celdas en las comisarías -que son usadas como centros de detención definitiva- e incorporar a nuevos policías.

Briceño-León considera que si se aplican estos puntos, en unos 10 años, la tasa de homicidios podría disminuir a 10 por cada 100 mil habitantes, de los actuales 81; en Chile es de 2,7.

“La tierra arrasada que dejó la revolución, la gran destrucción institucional, al mismo tiempo ofrece posibilidades para construir algo nuevo, no exento de retos y problemas, pero grandes oportunidades para construir una sociedad con más seguridad”, estima el sociólogo.

Convivencia social

La destrucción de la convivencia social es una de las consecuencias de fondo de los 20 años de chavismo. La polarización de la sociedad fue más fuerte en los años de esplendor de Hugo Chávez -2005 y 2013-, y disminuyó a medida que la crisis avanzaba y golpeaba a chavistas y opositores por igual. La falta de oportunidades derivó en el éxodo, que dividió familias e instaló el pesimismo entre los venezolanos.

“No podremos reconstruir si no podemos imaginar el futuro. Las personas se tienen que conectar con el valor de la esperanza, y eso hay que trabajarlo desde lo individual y desde lo colectivo, incluido con grupos y personas que tengan posturas sociales y políticas distintas”, dice Marisol Ramírez, presidenta de la ONG venezolana Psicólogos sin Fronteras.

La experta estima que para empezar este proceso de transición hay que entender que la emergencia humanitaria “devastó a todos por igual, el sufrimiento afectó a todos. Ese es el primer paso para una reconstrucción de convivencia social”.

Ramírez destaca que los venezolanos deben entender que “todos se necesitan”, los que salieron del país, los que se quedaron, los que tienen posturas políticas diferentes: “Todos tenemos la oportunidad de hacer un punto común, que es recuperar la dignidad de la vida y trabajar juntos por esa dignificación de lo que es nuestra vida cotidiana”.

Para Peter Hakim, la tarea más compleja será, “sin lugar a dudas, que un nuevo gobierno capture y mantenga la confianza de la población tan golpeada de Venezuela. Quienquiera que reemplace a Maduro, es probable que disfrute de una ‘luna de miel’, pero probablemente no por mucho tiempo. Los venezolanos quieren y merecen un gobierno en el que puedan confiar, y eso significa un gobierno que pueda demostrar que está comprometido con poner fin a la larga pesadilla”.

El éxodo

Naciones Unidas calcula que 3,4 millones de venezolanos salieron de Venezuela desde 1999; especialmente, los últimos cuatro años. Las cifras de Tomás Páez, director del Observatorio de la Diáspora Venezolana, son mayores: 4 millones de venezolanos están repartidos en más de 300 ciudades de 90 países, según sus estudios.

Otras cifras y datos que ha investigado dicen que más del 50% tiene hijos -un gran porcentaje los tuvieron con personas del país de acogida-, algunos tienen nietos, construyeron redes de amigos; otro porcentaje compró propiedades, muchos consiguieron trabajo después de inicios difíciles, tienen planes y programas de jubilación. Es decir: “la gente se instaló, hay nuevos nexos, anclajes, familias ampliadas, tienen más dificultades para retornar. Romper con las redes es complicado”, dice Páez.

En el estudio del Observatorio de la Diáspora Venezolana les preguntaron a los emigrantes: “¿Qué cosas quisieras tú que cambiasen para poder retornar?”. La mayoría respondió: “garantícenme el derecho a la vida”. Es decir, la seguridad. Es decir, en palabras de Páez: “va a ser difícil que en las primeras de cambio las personas retornen a Venezuela”.

Además de la seguridad (personal y jurídica), el sociólogo cree que un factor que podría ayudar al retorno del capital humano es “un lugar donde poder crecer”, un nuevo modelo que me permita emprender, desarrollar negocio y “que eso no dependa de pertenecer a una determinada ideología”.

Pero más allá, y quizás más importante, es que los venezolanos pueden ayudar desde afuera. De hecho, dice Páez, eso ya está ocurriendo con el envío de dinero, medicinas, alimentos, productos de todo tipo: “Gracias a eso, el país no se ha deteriorado más”.

“Están en los países punta, aprovechan eso para el desarrollo del capital humano y de negocios en Venezuela”, dice Páez, y agrega que la nostalgia no es el tema central, porque “al final, en la maleta va el país. Van los valores, la cultura, la familia. Esa conexión se mantiene sin necesidad de que las personas retornen físicamente al país”.