Prensa OVV Nueva Esparta
Efraín (nombre ficticio para proteger la identidad) es pescador desde los 7 años. De eso ya hace una década. A sus 17 años, sabe más de redes y anzuelos que de libros y lápices. Sale a trabajar todos los días mar adentro, junto a sus dos hermanos, uno de 19 años y otro de 10, para buscar el sustento de su familia. Forma parte de un grupo familiar de 9 hermanos, nacidos en diferentes relaciones de su madre. Ahora son ellos tres quienes sostienen económicamente el hogar.
El trabajo en el mar –según el adolescente– le sienta mejor, pues lo aleja de las “malas juntas” y de la delincuencia. A ese trabajo llegó de la mano de unos tíos y el abuelo materno. La faena consiste en pescar y compartir la producción con el dueño del bote. En opinión de Efraín, es demasiado lo que se trabaja y es poco lo que se gana.
Efraín, junto a sus hermanos, forma parte de esa fuerza laboral que sobrevive bajo un esquema de trabajo que, en muchos casos, no ofrece las condiciones reglamentarias. “La ganancia sólo alcanza para la arepa y la acompañamos con pescado, más que todo sardina. Pero a veces pasamos 2 o tres días sin llevar comida a la casa. Lo peor es irse para la casa sin nada”, dijo con una inquietud más propia de un adulto que de un adolescente.
Durante el 2021, el Observatorio Venezolano de Violencia (OVV) realizó un estudio titulado: Violencia estructural en la familia en la crisis humanitaria de Venezuela. En el documento se deja ver cómo la violencia estructural ha convertido a niños, niñas, adolescentes y jóvenes (NNAJ) en víctimas de delitos que, en muchos casos, terminan en muertes. El estado Nueva Esparta formó parte de esta investigación.
De acuerdo al equipo del Observatorio Venezolano de Violencia en Nueva Esparta (OVV Nueva Esparta), entre las formas de trabajo infantil y adolescente en la entidad, está la pesca artesanal, que es iniciada a edades muy tempranas por la presión de la sobrevivencia y favorece la deserción escolar, adquiriendo rasgos de trabajo forzoso.
Según Hilda Mendoza, coordinadora del OVV Nueva Esparta, en las comunidades costeras de la región insular, niños y adolescentes se inician como pescadores con sus padres y abuelos, a fin de contribuir al sostenimiento de sus familias, cuya dieta alimentaria se fundamenta sobre todo en la sardina, uno de los rubros más accesibles. También participan en la venta o trueque de los productos del mar para ayudar al presupuesto doméstico.
En opinión de Carlos Trapani, coordinador del Centro Comunitario de Aprendizaje (Cecodap), el trabajo infantil surge como una opción en medio de la grave crisis económica y podría incluso considerarse trabajo forzado para sobrevivir.
En Venezuela, al menos 32.000 niños y adolescentes trabajan en las calles, como lo ha señalado José Antonio García, vocero de la Unión Nacional de Empresarios para la Tecnología en Educación (Unete). Por otro lado, el más reciente informe de la ONG internacional World Vision, el trabajo infantil en el país se incrementó 20% durante la pandemia.
En el aspecto educativo, según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), 2.200.000 niños y adolescentes venezolanos no tenían acceso a la educación en 2020.
“Por lo general, hay en las familias de las comunidades pesqueras de Nueva Esparta, una falta de interés en la educación formal, por considerarla poco eficaz para la supervivencia, a esto se aúnan las deficiencias del sector educativo, por lo que los niños son formados en la pesca desde muy temprano y desertan del sistema escolar o no ingresan”, señala el equipo del OVV Nueva Esparta, agregando que todo esto se evidenció en las entrevistas realizadas para la investigación sobre violencia estructural.
Presionados por el hambre
Aun cuando el Programa Mundial de Alimentos de la ONU firmó un acuerdo con el gobierno venezolano para alimentar a 1,5 millones de escolares en el lapso 2022-2023 y así disminuir la desnutrición —que en 2020 superó el 70% en menores de 5 años— el hambre sigue campeando en los hogares.
En Venezuela, la pobreza se situó en 94,5% en 2021, de acuerdo a la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) de la Universidad Católica Andrés Bello (Ucab), mientras que la pobreza extrema se estimó en 76,6%.
“El hambre y la miseria conducen a los niños y adolescentes a trabajar con la anuencia de sus padres, obligándoles a asumir responsabilidades de adultos. Además es notoria la falta de políticas públicas para garantizarles sus más elementales derechos a la alimentación, educación y adecuadas condiciones de vida”, dijo Hilda Mendoza, coordinadora del OVV Nueva Esparta.
La Ley Orgánica de Protección del Niño, Niña y Adolescente (Lopnna) prohíbe en su artículo 38, cualquier forma de esclavitud, servidumbre o trabajo forzoso. No obstante hay formas permitidas o reguladas, específicamente para los adolescentes de más de 14 años, pero con garantías específicas.
“Debe garantizarse la continuidad escolar, que el trabajo no los coloque en riesgo, debe haber una aprobación del consejo de protección, deben tener derecho a seguridad social, a la sindicalización, a un examen médico pre y post-trabajo”, detalló Trapani, quien resaltó que por lo general no se cumplen estos requisitos.
“Hay una situación de explotación sin buenas perspectivas por la falta de escolaridad y la dificultad de un emprendimiento propio, pues el proyecto es la sobrevivencia. Además, no hay una protección formal contra los riesgos de altamar”, recalcó Hilda Mendoza.
A este respecto, Trapani indicó que al no estar el niño escolarizado, se está hipotecando el capital social del país. “La sobrevivencia es un círculo que no les permite estudiar ni invertir formalmente, aunque de una manera precaria ayuda a la subsistencia en el aspecto relacional familiar, sin embargo no contribuye obviamente a la formación de las capacidades de niños, adolescentes y jóvenes en relación a un proyecto de país ni les permite mejorar algunas condiciones de vida, además de que los expone a diversos riesgos”, expresó finalmente el equipo del OVV Nueva Esparta.