Analítica/editorial

06/Junio/2016

La inseguridad es la realidad diaria del venezolano. Casi ningún hogar en nuestro país ha logrado escapar a este flagelo. La ciudadanía se encuentra cada día más desprotegida y a merced del hampa, que ya, sin lugar a dudas, sobrepasó los niveles de respuesta del Estado venezolano.

Según cifras manejadas por el Observatorio Venezolano de Violencia (OVV) el año 2015 cerró con 27.875 muertes violentas para una tasa de 90 fallecidos por cada 100 mil habitantes. Y en lo que va de este año, el mes de mayo concluyó como uno de los más sangrientos de 2016 con 439 fallecidos, tan solo en Caracas.

En materia de secuestros, datos extraoficiales señalan que unas 120 personas se encuentran secuestrados en todo el país, mientras que a diario ocurren alrededor de 200 “secuestros express” en las principales ciudades. Eso sin contar aquellos secuestros que no son denunciados por los familiares y que se resuelven privadamente.

¿De qué han valido entonces 12 ministros de Interior y Justicia y 25 planes de seguridad? ¿De qué sirven las OLP?, si el hampa sigue actuando tan campante. Además, existen graves denuncias sobre la inocencia de personas que han resultado muertas durante la aplicación de esta mal llamada “Operación para la Liberación del Pueblo”.

La impunidad nos está matando. También nos aniquila la persistencia del discurso violento, la siembra de odio entre hermanos, la destrucción institucional, las arbitrariedades, el empobrecimiento rápido y sostenido al que está siendo sometido el venezolano por la ausencia total de políticas económicas acertadas.

En 17 años Venezuela pasó de ser ejemplo de convivencia y paz a ubicarse como el segundo país más violento del mundo. Es tal la magnitud del deterioro que hemos alcanzado que, de continuar el gobierno actual, luce difícil encontrar la salida a este atolladero.

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