Contrapunto
Por Juan José Faría
Foto: PedroYPunto
Sábado, 26 de Marzo de 2016
Los sicarios eran gordos. Gordos, incapaces de correr, ambos en una moto, sin destreza y sin habilidades
Ya la morgue estaba rodeado de personas cuando llegaron ellas, las mujeres de la familia Urdaneta Vargas. Indígenas de la etnia wayúu, vestían mantas y se acercaron a la puerta azul. Llamaban la atención porque el color de sus mantas era rojo intenso. Ya decían con sus atuendos el móvil del asesinato: venganza.
Los indígenas del estado Zulia creen que cuando las mujeres de la familia visten de rojo, se asegura la muerte de quién provocó el asesinato de su familiar. Ellos harían lo necesario para que suceda, pero también los ancestros pondrán de su parte.
A esa hora, 3.00 de la tarde, quien estaba dentro de la morgue era Leonel Antonio Urdaneta Vargas, un abogado de 37 años que vivía en un poblado cercano a Maracaibo llamado La Concepción. En esa zona habían matado la tres personas en una semana, y su deceso fue el número cuatro que se contó por esos días. Su familia no dudó en decir que se trataba de una venganza y que, pronto, correría sangre de nuevo. La justicia por sus manos, como quien no tiene ley. Y se lo dijeron a la Policía científica, la justicia. Ese organismo, a la vez, reconoció que investigan la relación del Homicidio del abogado con la estafa que sufrió un delincuente de la zona al comprar dólares falsos. La declaración demostró que las autoridades ya esperaban el baño de sangre y sin embargo no harían nada para evitarlo. Lejos de reconocer que la sed de venganza de los familiares del muerto respondían a la incapacidad de la institución que representan, los oficiales estaban concentrados en un nuevo fenómeno. Es que, decía uno, es increíble como muta la violencia, o, en este caso, los violentos.
Una de las mujeres contó a los periodistas que el abogado llegó a su casa con planes de preparar una parrilla, y que justo en ese momento llegaron los dos hombres en una moto y abrieron fuego. Los oficiales comentaban que usaron balas 9 milímetros y que los sicarios se estaban transformando, nuevamente refiriéndose al fenómeno. Leonel recibió los balazos y cayó herido. Vomitó sangre frente a su madre mientras el resto de los parientes se levantaba del suelo. Luego lo llevaron a la emergencia del hospital pero, como dijo alguien, las salas de emergencia del país sirven para muertos y no para vivos.
Ahí, cuando ya certificaban su defunción, inició la conversación entre funcionarios que se extendió en la morgue: los sicarios eran gordos. Gordos, incapaces de correr, ambos en una moto, sin destreza y sin habilidades. Gordos, y aún así, asesinaron y huyeron. Aquí, ahora mata cualquiera.
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