El Universal 

Cuanto más se prolongue la violencia, más difícil será terminar con ella

El martes pasado, llamó poderosamente mi atención en la toma de posesión de los nuevos diputados a la Asamblea Nacional, lo poco que se mencionó a uno de los flagelos más grandes que vive actualmente nuestro país: ¡La inseguridad y la violencia!

Hemos cerrado el 2015 con 27.875 muertes violentas según el Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), convirtiéndonos así en el país más violento de América Latina y el Caribe, donde hemos alcanzado el despreciable récord de 90 fallecidos por cada cien mil habitantes.

Una violencia que no reconoce tendencias políticas, económicas o sociales. Todos estamos a la merced de la misma, viviendo una guerra en paz, o una paz en guerra, pero guerra al fin. ¿Alguna vez nos dedicamos a reflexionar cuánto sufrimiento causaron esas muertes? ¿O necesitamos que nos toque nuestro entorno familiar para darnos cuenta de cuántos sueños se cortan con una bala, cuánto dolor imprime, cuánto futuro elimina?

Diese la impresión que ya nos hemos ido acostumbrando a la misma, y apenas nos saca unos minutos en la mañana cuando inconscientemente vamos a la página de sucesos y leemos sin un ápice de asombro los muertos por armas de fuego de todos los días; y sólo y únicamente si hay algún asesinato que se mezcle con una gran tragedia humana es que nos tomamos el tiempo para leerlo; concluyéndolo con un fugaz pensamiento, y dándole las gracias a Dios de que no fuimos nosotros.

Todos tendríamos derecho a la muerte que la naturaleza nos ordene, no a la que propina una pistola accionada por una persona (si así se puede llamar) cuyo valor por la vida de los demás es nulo; o peor aún, es como un reconocimiento a su supuesta valentía, es una medalla más a su nefasto currículum, es un acto más de violencia que se computará entre los suyos como un hecho heroico o virtuoso. ¡La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, como para que terminemos siendo esa medalla!

Cuanto más se prolongue la violencia, más difícil será terminar con ella; y llevamos muchos años viviéndola. La violencia es como un virus que se multiplica con el tiempo, y llega un momento en el que resulta muy difícil a aquellos que la han empleado, el vivir sin actos no violentos; y a los que la sufren terminan como inmunizados, y acostumbrándose a vivir con ella.

Lo dramático es cuando comienza a ser un gran negocio, y termina sumando a los que precisamente tendrían que atacarla y terminarla. Siendo una bofetada moral a los familiares de todos esos muertos por la violencia, cuando salen policías disfrazados de ladrones o ladrones de policías; o un juez que aplica unos supuestos derechos humanos del victimario, atropellando a los de la víctima.

Cuando se está en el campo de batalla, cada uno se defiende como mejor puede de este grave virus. Rejas, vidrios ahumados o carro blindado para los más pudientes, cercos eléctricos, fiestas en casa, retirarse temprano en casa, alarmas, etc. Todo lo que se pueda, tratando de que el virus no nos mate; pero, ¿quién lo está atacando hasta eliminarlo o reducirlo a su mínima expresión?

Mi madre solía decirme que cuando una persona querida se muere, lo que echamos de menos es la parte de nuestra vida que se va con ellas, que ya no va a existir, al no estar ellas. Creo que los familiares de todos esos muertos violentamente, y los que hemos tenido la suerte de no haber pasado por eso, nos merecemos que el atacar a la violencia sea una de las prioridades de esta nueva Asamblea.

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