El Nacional
Armando Janssens

14 de febrero 2016

A mi regreso, después de estar cuatro semanas en Europa, con la familia y amistades por motivo de un duelo, percibí, desde mi primera visita al barrio, el ambiente crispado y envenenado que está rodeando la convivencia diaria. Detrás dejo los problemas europeos, con miles de refugiados invadiendo los países de ese continente, el choque de culturas y de costumbres que afecta el equilibrio precario con que la mayoría de la gente vive el encuentro inesperado, las agresiones violentas y sexuales del año nuevo en Colonia y otras ciudades nórdicas que son motivos de prejuicios, y hasta aumenta el racismo siempre latente en grandes capas de la población.

Encuentro que el ambiente en mi barrio es totalmente diferente. Tan distinto al de siempre que ni siquiera salieron a celebrar los carnavales como siempre lo hacían. Ni a sus niños pequeños, con excepción de los del kínder, tomaron el tiempo para disfrazarlos, ya que pocos pueden utilizar sus menguados ingresos para un gasto de este tamaño. Pero tampoco están en la misa, ni muchos menos fueron a ver las carrozas en Sabana Grande. Muchos más fueron a hacer las colas en los grandes mercados para obtener algo de los productos regulados u otros necesarios. Imagínense, en estos días de descanso colectivo, salir a las 4:00 de la mañana sin más. ¡Son héroes! Después de horas regresaron frustrados, y con pocos resultados satisfactorios. Los comentarios fluyen:

—Ni siquiera se abrió el supermercado a tiempo, y luego no había nada para comprar.

—Yo conseguí algo de margarina y harina de maíz: ¡Feliz Polar!

—Pero los precios de los otros productos por las nubes y mi dinero, ¡cada vez menos me alcanza!

El sentimiento colectivo es uniforme: “¡Es un desastre, no hay gobierno! ¿Cuánto tiempo más se aguantará esto?”.

Pero eso no es todo. Hablan del aumento de la gritería y de las violencias frecuentes que se observan en las colas, custodiadas por las milicias que imponen sus criterios. Hasta se llevan algún hijo mayor para asegurar su propia seguridad. Todos saben de los gerentes presos por haber estafado y convertido en negocio propio el establecimiento, y esto se aplaude. Pero eso es solamente un saludo a la bandera. Por todos lados se observan irregularidades. Ciertos “bachaqueros” saben cómo llegar con una faja de billetes y lograr sacar por la puerta de atrás la mercancía para venderla hasta a su propia gente. Así, por ejemplo, la señora María que, por su edad y por sus piernas, no puede andar, compra a un vecino revendedor al triple del precio original: Por amistad, dice el vecino, porque normalmente lo vendo hasta cinco veces más caro.

Escucho con atención y sin poder intervenir mucho. No es que son relatos diferentes a los que antes contaron, pero ahora desapareció el tono ligero y se cuenta todo sin chiste y con burla. Oigo claramente la desesperanza, llegar hasta el final del camino, y dispuesto a no permitir más abusos. ¿Hasta dónde llegará? Espero que sea sin violencia, así les dije claramente.

No entiendo al gobierno ni al presidente Maduro que dejan llegar tan lejos la situación y llevar a la pobreza extrema a tanta gente. ¿De dónde la incapacidad para tomar decisiones, para intervenir con alguna eficacia? Tanto tiempo que todo el país está esperando el aumento del precio de la gasolina, y nada. Tanto tiempo que estamos esperando una acción contra los colectivos armados que aterrorizan a la población, y nada. Tanto tiempo esta inflación que empobrece especialmente a los más pobres, y nada. Tanto tiempo rodeado por la corrupción, el engaño, y nada. Y los medicamentos, los reactivos y los insumos medicinales escasean hasta el extremo, y nada. Es como un juego macabro abriendo esperanzas y quemándolas en la indolencia de gobernar. No puede ser una actitud consciente, y no se puede pensar que se está envenenando la situación para llegar a situaciones militares que afectarán a todos.

Y especialmente, la violencia callejera que nos rodea a diario en cualquier sitio, esperado o no. Son ciertas las cifras de la fiscal o las del Observatorio Venezolano de Violencia, pero son cifras desproporcionadas para un país normal que no está oficialmente en guerra. ¡Y nada! La violencia se organiza mejor y dentro de poco viviremos todos a cargo de en un “pran”, presos en nuestro propio país.

Contaron que el hijo de Laura estaba en el Metro de última hora que fue asaltado en Catia por un grupo de malhechores armados con las mejores armas; dijeron que robaron de todo pero añadieron la famosa frase: “Felizmente no dañaron a nadie”. Hace un año asaltaron mi apartamento en el piso trece, y se llevaron todo lo que pudieron. En la estación del Cicpc, donde denuncié el hecho, encontraron una semana más tarde en los sótanos, una cárcel improvisada donde la misma policía extorsionaba a sus propias víctimas ¡“para redondear sus sueldos”!

Utilicé en el título de este artículo la palabra INMORAL. No la definí yo, sino un habitante de mi sector, que observando la situación catastrófica del país y la supuesta incapacidad del presidente, lo planteó en términos directos: “Este es un gobierno inmoral”. Cuando le pedí que explicara lo que quería decir con eso, me contestó bajo la aprobación de los demás asistentes: “Piensan en sí mismos, y no en la gente. Piensan en sus comodidades, y no en nosotros. Piensan en su propio partido y no en el país, recibieron el poder de gobernar y no lo hacen. Hablan horas y horas, prometen y prometen”. Y, después de un silencio abrumador, añadió: “Simplemente, esto es inmoral”.

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