El Universal
Alfredo Yuncoza

Una de las frases más comunes que expresan las víctimas del delito es “aunque lo pensé, no creí que esto fuera a pasar”. Dicho de otra forma, de alguna manera la persona pudo percibir algunas señales sobre la posibilidad que un delincuente lo hiciera su blanco. Cuando se pregunta a esas mismas personas porqué motivo no asumieron una actitud proactiva en su propia protección, son variados los argumentos.

Para algunos la preocupación fue como un pequeño y pasajero destello, que fue solapado por el “día a día”. Para otros, su ignorancia de las potenciales amenazas, no le permitieron detectar a tiempo lo que a todas luces era anormal. Otro grupo está conformado por los indiferentes a su entorno, se trata de aquellos que consideran que los problemas de inseguridad ciudadana son un asunto de los demás… hasta que les toca. El último conjunto de personas, lo conforman quienes subestiman al delincuente en quien ven un joven inexperto, poco inteligente e incapaz de actuar asertivamente si no es en grupo.

Si bien todas esas apreciaciones elevan la posibilidad de ser víctimas en lo personal considero que la última es una de las que más destaca. El delincuente es alguien que por diversas causas decidió bien sea de manera permanente o puntual, optar por actividades fuera de la ley. Para nada se trata de un tema de capacidad intelectual, de hecho, muchos delincuentes han demostrado una altísima capacidad para resolver problemas complejos, lo que les permite no sólo sobrevivir, sino crecer en su ámbito.

Las crisis recientes en Venezuela se caracterizan por una variedad en cuanto al origen de su naturaleza: política, social, económica, sanitaria, entre otras y por una frecuencia y niveles de impacto nunca conocidas en el país. Lo que antes era impensable que ocurriera, ahora no sólo se admite como muy posible, sino que la creatividad busca la manera de sortearlo de la mejor manera. Para los delincuentes esta situación no es la excepción.

Si hay algo que caracteriza al delincuente latinoamericano en general es la alta capacidad de adaptación y de crear nuevas maneras de generar ingresos. A continuación, expondré algunos ejemplos.

En una conversación sostenida con el sociólogo Roberto Briceño León este comentaba como las bandas criminales en Venezuela, ahora refuerzan el sentido de pertenencia de sus miembros y captan nuevos integrantes, mediante el ofrecimiento de refrescos y alimentos. Los líderes negativos saben de la escasez y alto costo de los productos básicos, por lo que sacan provecho de esta situación.

Para algunos delincuentes el robo o hurto de vehículos ha dejado de ser un negocio muy atractivo. Han preferido optar por el secuestro de las unidades. Se da el caso de víctimas que son atacadas varias veces bajo esta modalidad, a las que les quitan el dinero del rescate y no les entregan el vehículo, o quienes pasan a ser víctimas de un secuestro breve.

Un reportaje de la pasada semana informaba cómo el alto costo de las armas de fuego y las municiones han obligado a los delincuentes a hacer un uso más racional de ellas. La asignación en las bandas ahora no es permanente y se entregan sólo cuando van a una actividad específica que justifique portarlas. Todo hace pensar que la pérdida de un arma de fuego debe implicar duras sanciones. Ya no sólo las armas largas son símbolo de estatus y rango dentro de las organizaciones, ahora las armas cortas también lo reflejan. Aquellos que se inician en las actividades violentas se ven obligados a usar armas blancas, contundentes o a actuar en grupo mientras logran adquirir los recursos necesarios que les permitan estar mejor equipados.

Para los secuestradores un rescate en moneda nacional está muy lejos de lo que es su objetivo. Ahora las exigencias son en dólares, en equipos electrónicos de alto costo, en prendas de oro o en una mezcla de todo lo mencionado. Pero también saben que la crisis afecta a todos, así que realizan varios secuestros con montos más modestos, extienden el tiempo de retención de la víctima para que sus familiares ubiquen la cantidad solicitada o en ciertas oportunidades, entregan al secuestrado previo un pago inicial que debe ser completado con otros por partes. Se trata pues, de dar “facilidades de pago”, de adaptarse a las circunstancias.

Lamentablemente algunos funcionarios públicos ven en la ocurrencia de los delitos, la oportunidad de obtener ingresos adicionales en moneda dura. Las modalidades van desde el cobro por agilizar la espera en una cola por combustible, hasta la participación directa en robos y hurtos, pasando por involucrar a inocentes en casos. Los altos niveles de impunidad en el país son uno de sus mayores incentivos.

La epidemia de violencia y crimen más allá de cualquier percepción particular está lejos de disminuir. Los delincuentes y quienes no lo eran, están logrando con éxito aplicar principios de resiliencia organizacional y personal, sólo que en estos casos no sólo se trata de lograr recuperar el estatus precrisis. Ahora se trata sencillamente de sobrevivir al costo que sea.

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@alfredoyuncoza