Contrapunto
Por Leoncio Barrios

Viernes, 27 de Mayo de 2016

Los llamados “crímenes de odio”, los cometidos por la condición racial, religiosa, social, política o sexual de la víctima, son un terrible mal social por ser ejecuciones arbitrarias, alevosas, sin escapatoria, ni derecho a apelación de la víctima.

Los gays, lesbias, bisexuales, trans, e intersexuales (GLBTI) siguen siendo noticia en Venezuela. No porque ya llega el mes del orgullo gay sino porque mataron a uno. Al menos que se sepa, porque la mayoría de los crímenes de quien tiene una de esas etiquetas son tapareados por la familia y las amistades del fallecido, la policía y las noticias. Esta vez no fue posible porque aparece implicado como autor del crimen un actor, una figura pública, por demás, muy apreciado en el medio artístico.

…en Venezuela se asesinan, en promedio mensual, dos personas de ese colectivo impreciso que son los GLBTI; donde los T, los travestis, llevan la peor parte.

Un travesti, en este caso un hombre vestido de mujer dedicado a la prostitución —uno de los pocos oficios que la sociedad les admite y fomenta debido a la demanda que tiene de hombres “heterosexuales”— es herido dentro de un automóvil, lanzado el cuerpo a la calle y recogido por sus compañer@s de trabajo. Agonizando, acusa a uno de sus clientes frecuentes —según ell@s, el actor implicado— y muere. Acto seguido, el actor es imputado. En un tercer acto comienza una campaña por las redes sociales, impulsada por notables figuras públicas amigas del imputado, que abre con un veredicto tipo juez: el acusado es inocente. En el desarrollo descalifican pruebas, testigos y denuncian a periodistas y policías por apresurados. Preocupante. Hay que esperar el resultado de las investigaciones policiales.

Ojalá todo sea una patraña, quién sabe con qué motivos, hacia el actor y el veredicto del juez —en el debido proceso— sea: inocente. El tránsito por las tablas del imputado y el afecto de amigos y familiares lo dejan ver como una persona incapaz de matar a alguien. Amén. Pero ¿y si, sí?

La contrafigura de este crimen es otro ser humano, desgraciado socialmente por ser travesti, parte de un grupo considerado por la mayoría (incluido mucho hipócrita que los disfruta) como lacras sociales, desechables, escorias a la que hay que eliminar. No en vano, según reportes de organizaciones que les defienden, en Venezuela se asesinan, en promedio mensual, dos personas de ese colectivo impreciso que son los GLBTI; donde los T, los travestis, llevan la peor parte. Los agreden, los matan, por ser como son. Muertos que no cuentan mucho. Los que están en la calle son pobres y el nivel de exclusión social es tal que el único instrumento que tienen para vivir es su cuerpo. Los travestis enclosetados y los que tienen dinero corren menos peligro.

Ojalá que se demuestre que el inculpado, de verdad, no fue el asesino y no porque las influencias lo protejan. Si esto último fuera, seguiríamos, como suele ser en estos casos, un doble crimen: el físico, que produjo la muerte de un joven, y el social, que asume, como quien no quiere la cosa, que quien mata travestis o gays en cualquier expresión, es digno de atenuantes.

Los llamados “crímenes de odio”, los cometidos por la condición racial, religiosa, social, política o sexual de la víctima, son un terrible mal social por ser ejecuciones arbitrarias, alevosas, sin escapatoria, ni derecho a apelación de la víctima. La impunidad suele seguir a esos asesinatos.

Esperemos que el asesino, sea quien sea, pague por el crimen porque el clima mental hacia los travestis en el mundo está muy enrarecido.

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