El País
Florantonia Singer

13 de junio de 2023

La mayoría de los ciudadanos sienten preocupación, rabia y tristeza ante la situación nacional, según un estudio reciente.

Caracas.- Un mismo fin de semana de mayo un joven de 15 años y un hombre de 37 se lanzaron por un viaducto de Mérida, una ciudad enclavada entre montañas en los Andes venezolanos, donde se concentran cerca del 40% de las muertes por suicidio que ocurren en el país sudamericano. Durante este 2023, luego de una ligera disminución, este indicador parece comenzar a repuntar. El Observatorio Venezolano de Violencia (OVV) ha contabilizado hasta mediados de mayo 162 suicidios en todo el país y 32 intentos, según registros de medios de comunicación.

La falta de estadísticas públicas y la caja negra que conforman “las muertes de intención no determinada”, que vienen creciendo en las últimas dos décadas en las informaciones oficiales, hacen difícil analizar el fenómeno del suicidio del que se estima un subregistro de al menos el 49% de los casos. Pero los datos publicados por investigadores encienden una preocupación. “Se están produciendo 1,2 suicidios al día y de mantenerse esa tendencia superaremos los 400 casos al cierre de año, un valor superior al de los años pasados”, apunta el geógrafo Gustavo Páez, director del OVV en Mérida, quien agrega que la “violencia autoinflingida en Venezuela va fluctuando al ritmo que le imprime la crisis humanitaria”.

Venezuela no tiene las cifras de suicidio más altas de Suramérica, encabezadas por Guyana, Surinam, Bolivia y Uruguay. Ni siquiera está por encima del promedio mundial de unas nueve muertes por cada 100.000 personas. Pero entre 2015 y 2018 pasó 3,8 a 9,3 suicidios por cada 100.000 habitantes. Hoy la cifra todavía se mantiene cerca de ocho y son los hombres de 30 a 64 años y los jóvenes de entre 15 y 24 los perfiles más vulnerables. En los últimos dos años se registró un leve descenso que Páez atribuye a la migración masiva de venezolanos y a cierta recuperación económica, pero que no llegó retroceder todavía las tasas previas al comienzo de la que ha sido una de las mayores crisis económicas que ha vivido el país petrolero, en la que se redujo el tamaño de su economía a un tercio en menos de una década y aumentó la desigualdad.

Si bien el investigador advierte que el suicidio es un fenómeno multifactorial en el que se combinan condiciones individuales, familiares y sociales, la tendencia este 2023, en que comienzan a verse las grietas de esa frágil mejoría económica, pudiera volver a ser al alza. “Si la situación se vuelve a agravar podemos esperar un alza. El año pasado hubo cierta recuperación, salimos de hiperinflación, pero este 2023 volvió el frenazo económico y eso empieza a impactar, por eso vemos que se sigue yendo mucha gente por el Darién. La emergencia humanitaria que no ha terminado combinada con factores individuales y familiares hacen mella y erosionan la salud mental del venezolano”, apunta Páez.

El estudio Psicodata, presentado este año por la Universidad Católica Andrés Bello, da cuenta del estado de ánimo nacional. Basados en una encuesta realizada a finales de 2022 y principios de 2023, encontraron que el 90% siente preocupación ante la situación nacional, el 79% afirmó sentir rabia por saber a dónde ha llegado Venezuela y al 73% le entristece pensar en el futuro del país. Cuatro de cada 10 venezolanos aseguraron que, con frecuencia, su estado de ánimo se ha ido deteriorando por estas razones. Para seis de cada 10 personas (64%), la principal fuente de estrés son los problemas económicos. La investigación encontró que el duelo asociado a la muerte o el éxodo masivo de venezolanos también está afectando la estabilidad emocional y personal de quienes se quedan.

Páez acaba de terminar una investigación basada en entrevistas a familiares y personas relacionadas con 80 casos de suicidios ocurridos en 17 municipios rurales de Mérida, que también alimentan las estadísticas que colocan a esta entidad en el primer lugar en Venezuela. En al menos 21,6% de los casos los problemas familiares vinculados a pérdidas económicas, pobreza, imposibilidad de conseguir empleo, que el dinero no alcanza para vivir o para siquiera comprar alimentos y la migración de algún familiar figuran entre los principales factores de riesgo identificados.

A la par están los problemas sentimentales de pareja, el padecimiento de trastornos de depresión y ansiedad y el acceso a agroquímicos por la vocación agrícola de estos pueblos, que fueron determinantes en buena parte de los casos estudiados. Otro grupo está relacionados con la violencia machista que se manifiesta en la imposibilidad de hombres y mujeres para expresar emociones y en el bullying por la orientación sexual e identidad de género.

Mérida vive su cuota de la crisis que toca a todos los venezolanos. Entre los estados andinos ha sido uno de los más afectados por los apagones así como por la escasez de combustible, por lo que las filas de varios días para poner gasolina siguen siendo parte de la cotidianidad fuera de la burbuja de Caracas. “En Mérida se cruza varias veces al día el umbral de la frustración”, dice la psiquiatra Stefany Pinto, que dirige un grupo de apoyo de personas con ideación suicida —al que acuden entre 30 y 50 personas de manera regula— promovido por la ONG Movimiento Somos.

“La emergencia humanitaria sigue siendo un problema que no ha acabado. En las regiones es donde más se percibe. Hay muchos duelos no trabajados asociados a la pandemia y la emergencia”, agrega Jau Ramírez, al frente de esta ONG defensora de los derechos de la comunidad LGBTIQ y que ha abierto grupos de apoyo en otras ciudades del país como San Cristóbal, Maracaibo y Caracas. Pero en Mérida, sede de la Universidad de los Andes, el deterioro de la casa de estudios de la que han desertado el 60% de los estudiantes en los últimos cinco años ha minado la economía y el ánimo, coinciden los especialistas. “Los factores de riesgo para el suicidio pueden ser muchas cosas, desde la precariedad económica hasta un diagnóstico de VIH sin tener herramientas para asumirlo o la violencia de género. A finales de abril hubo un caso de una chica lesbiana que vivía en un entorno homofóbico. Esto no es algo de lo que se hable en nuestra sociedad”, advierte Ramírez.

Hace unos 20 años alguna autoridad regional hizo una fortaleza alrededor de uno de los viaductos de Mérida para evitar ingenuamente que la gente se lanzara del que algún momento fue un mirador turístico de la ciudad sobre un vacío de 70 metros de altura. Pero en Mérida hay otros dos viaductos sin barreras desde los que siguen lanzándose personas. Con este nuevo incremento de los casos, la gobernación ha desplegado policías y bomberos y grupos religiosos han realizado misas en estos puentes con la misma premisa equivocada de que así pueden prevenir nuevos casos.

Para quienes están trabajando en el tema, estas acciones son contraproducentes, sobre todo cuando los especialistas en salud mental son insuficientes, no son asequibles para la mayoría en un país de pobres y en el sistema público la atención se presta con grandes limitaciones. La economía, que es la principal fuente de estrés de los venezolanos, una vez más marca el abordaje de esta problemática, advierte Páez: “Si alguien tiene 20 dólares en la cartera, antes de pagar una consulta con un psiquiatra los va a usar en comprar algo de comida”.

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