Andrés Abreu Urdaneta

“Linchan a un hombre en Los Ruices”, “Caricuao vivió tres intentos de linchamiento de manera simultánea”, “Desnudan y queman a presunto delincuente”. Esos son tan solo tres titulares de las noticias más recientes en Venezuela.

Para quien lee este artículo desde un país distinto a Venezuela: Si, con “linchar” me refiero a lo que usted conoce como tal; a la ejecución (o intento de ejecución) de un presunto delincuente por parte de una multitud.

Ya no resulta extraño entrar al Facebook y encontrarse con algún vídeo de una multitud tratando de darle “una cucharada de su propia medicina” a algún presunto delincuente en alguna parte del país. Vídeos que a su vez tienen cientos de comentarios, algunos repudiando la situación, otros tantos apoyando lo que sucede.

La noticia más reciente, la cual ha causado más revuelo en las Redes Sociales, es la de la muerte de un hombre tras sufrir un edema pulmonar causado por las quemaduras sufridas en el 70 por ciento de su cuerpo. Quemaduras ocasionadas por un grupo de personas que lo identificaron como ladrón y tomaron acciones violentas en su contra. Esto sucedió el lunes 4 de abril en Los Ruices, una urbanización del este de Caracas.

Así como en el caso de Los Ruices, en todos los casos de linchamientos las versiones van y vienen; desmienten que el hombre haya sido un ladrón, o confirman que efectivamente había robado. Sin embargo, esto es lo que menos importa cuando una población está tomando, de manera constante, la justicia en sus propias manos.

¿Qué es lo que sucede que las personas recurren a este tipo de acciones? Distintos sociólogos coinciden en que se trata de una explosión motivada por los altos índices de impunidad que existen en el país, acompañados por la falta de protección que siente la ciudadanía y la pérdida de la institucionalidad.

Este último factor es descrito por el Observatorio Venezolano de Violencia en su informe de 2015 estableciendo que “la institucionalidad de la sociedad se diluye cada vez más ante la arbitrariedad del poder y el predominio de las relaciones sociales basadas en el uso de la fuerza y las armas”.

Lo que sucede en Venezuela es que las personas, cansadas de la poca o nula respuesta de las autoridades ante la delincuencia reinante en el país, deciden tomar la justicia en sus propias manos golpeando a presuntos delincuentes y, en ocasiones, hasta causando su muerte.

En la mente de quien lincha, “el linchador” es una forma de hacer justicia, de castigar al culpable (o a quien presuntamente lo es) y de proteger al inocente de que continúen sucediendo eventos violentos en la comunidad.

Esto, sin darse cuenta que al “impartir justicia” también se encuentra cometiendo un delito. Un delito que, sin lugar a dudas, debe ser castigado. No digo esto con el ánimo de defender a los delincuentes, sino con el ánimo de defender los valores que deben reinar en una sociedad para hacer posible la convivencia entre sus ciudadanos.

Sin duda alguna, la situación en Venezuela es de crisis. Crisis que no se queda en lo político o en lo económico, sino que pasa también por lo social y lo institucional.

Quizás la crisis política y económica sea la más “sencilla” de superar; el verdadero problema vendrá cuando nos encontremos con una sociedad violenta que lo que busca es el exterminio de fragmentos de la misma sociedad.


Andrés Abreu Urdaneta
Venezolano, estudiante de Derecho en la Universidad Católica Andrés Bello en Caracas, colaborador en temas de política y noticias internacionales.