Prensa OVV Mérida

Durante casi 80 años, el país presumió de las cifras que demostraban el sustancial descenso de la mortalidad infantil en Venezuela. Los datos provenientes de los antiguos ministerios encargados del área de la salud así lo reflejaban. Existen estudios y evidencias que describen cómo entre 1935 y principios del 2011 se habían realizado significativos avances para disminuir el número de muertes en bebés menores de un año de nacido. El panorama empezó a cambiar desde el 2012, cuando comenzaron a revertirse las cifras alcanzadas en la década de los 90.

Cuando se habla de mortalidad infantil, se hace alusión a las defunciones ocurridas en niños menores de un año de edad y se cuantifica a través de la tasa de mortalidad infantil. Éste es un indicador demográfico que refleja la frecuencia con que ocurren esas muertes por cada mil (1000) nacimientos vivos que tienen lugar durante un año. Las circunstancias en las que suceden estos decesos son variadas y son susceptibles a aumentos o descensos, dependiendo de las situaciones coyunturales y estructurales de cada país.

En años recientes, distintas investigaciones han demostrado que en Venezuela la mortalidad infantil se viene incrementando de una manera  desmesurada. Trabajos como el realizado por el proyecto Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (ENCOVI), el Grupo interinstitucional de las Naciones Unidas para la estimación de la mortalidad infantil, y el elaborado por Gustavo Páez, coordinador del Observatorio Venezolano de Violencia Mérida (OVV Mérida), cuyos resultados fueron publicados en la Revista Acta Geográfica de la Universidad Federal de Roraima, Brasil, reflejan la situación con suficientes argumentos.

Los hallazgos de esas investigaciones evidencian que la mortalidad infantil en el país, para 2016 y 2017, se ubicó alrededor de los 21,3 y 25 defunciones de menores de un año por cada mil (1000) nacimientos vivos, después de haber alcanzado su mínimo en 2012 con una tasa de 13,7, esto según las últimas cifras publicadas por el Instituto Nacional de Estadística (INE). Al comparar esos valores, se puede decir que el incremento entre el 2012 y 2016-2017 rondó entre un 55 y 82%, respectivamente.

Mérida: escalones arriba

En mayo de 2018, Janaika Machado, jefe del Servicio de Neonatología del Instituto Autónomo Hospital Universitario de Los Andes (IAHULA), anunciaba públicamente un alerta que llamó la atención de la opinión pública.

Según la funcionaria, entre el 2017 y 2018 habían ocurrido 252 muertes de recién nacidos en este centro asistencial, producto, principalmente, de infecciones provocadas por las precarias condiciones de la unidad de neonatología. Denunciaba también que esta dependencia tenía capacidad para recibir 28 recién nacidos, sin embargo había hacinamiento porque debían atender a 53 bebés. “No tenemos tubos endotraqueales ni los insumos básicos, laringoscopios, bombillos para los equipos y dar atención a un recién nacido”, explicaba en esa oportunidad Machado.

Los indicios del proceso de deterioro en los espacios del centro de salud más importante del estado Mérida no son los únicos. Otras dependencias de salud, como el Hospital Sor Juana Inés de la Cruz y el Materno Infantil de Ejido, están dando graves muestras de que el incremento en la mortalidad infantil es un hecho notorio.

Basándose en cifras de defunciones de menores de un año y de nacimientos vivos ocurridos en el estado Mérida, para el lapso 2010-2017, provenientes de la Corporación Merideña de Salud (Corposalud), el OVV Mérida estimó la tasa para ese período tanto de manera transversal (para cada año), como por cohortes (para cada generación de nacidos). Los resultados en el primer caso arrojaron que, en 2010, era de 13,5, mientras que para 2017 ya había ascendido alrededor de 16,5; lo que significa un incremento del 22,3% en ese lapso.

Según Gustavo Páez, en 2015 esta tasa de fallecimiento experimentó un “pico”, alcanzando un valor de 17,2 defunciones de niños menores de un año por cada mil (1000) nacidos vivos. Esa elevación de la tasa correspondió a un brote de infección intrahospitalaria para ese año en las instalaciones del IAHULA, lugar donde acontece la mayoría de estas muertes infantiles por ser principal centro de salud de la entidad. “Se tiene conocimiento que desde hace unos años este hospital viene presentando un cuadro de contaminación por bacterias panresistentes, es decir, resistentes a todos los antibióticos, las cuales desafortunadamente reciben a los recién nacidos. Bajo esas condiciones, y otras como por ejemplo falta de insumos adecuados para la higiene y desinfección de las áreas de quirófano y hospitalización, se ocasiona la propagación de éstas”.

Según Páez, al revisar las estimaciones de la tasa en cuestión por cohortes, se tiene que, desde el 2010, de manera progresiva cada generación de niños que nace en la entidad se ve más impactada por la realidad del país, en la medida que la crisis humanitaria se acentúa. “Esto se sustenta debido a que la generación de 2010 obtuvo una tasa de mortalidad infantil de 12,2 defunciones de menores de un año por cada mil (1000) nacidos vivos. Años más tarde, la generación de 2017 de merideños, alcanzó una tasa de 18,7; esto significa un incremento porcentual de 53,6%. En otras palabras, desde el 2010 hasta nuestros días, las probabilidades de fallecer de los niños menores de un año se han incrementado o, en otros términos, cada niño que nace hoy en día en la entidad tiene más probabilidades de fallecer que en 2010 y, por ende, menos probabilidades de sobrevivir”, aseguró.

El antes, durante y el después

Todas estas circunstancias negativas que se ven dentro de los principales centros de salud del país tienen directa relación con el grave deterioro del sistema de salud pública, pero también con el alto costo del servicio en los centros de salud privados, lo cual está vinculado con el proceso inflacionario, y que éste, a su vez, se vincula directamente con la calidad de la alimentación de las embarazadas y, por ende, de los neonatos.

La doctora Rosselyn Zapata es gineco-obstetra y trabaja en el sistema de salud tanto público como privado. Está convencida que el terreno para mortalidad infantil se labra  desde el vientre. Según ella, para que una mujer salga embarazada debería haber una preparación previa, pues siempre debe tenerse una alimentación balanceada y acorde a la condición, sin embargo en sus consultas es notoria la desnutrición y el mal estado nutricional de las pacientes. De igual manera, el control durante el embarazo se hace imprescindible para monitorear la evolución de la gestación. “Si esto no se hace, es decir, tener una dieta con suficientes nutrientes, con las vitaminas adecuadas y con los cuidados correctos, se corre el riesgo que estas pacientes tengan complicaciones en el embarazo y en el post parto y de igual manera se ve afectado el desarrollo del feto, lo que puede llevar a que un recién nacido, con condiciones desfavorables, se complique con cualquier patología que los afecte y lamentablemente les provoque la muerte”.

La vida de los recién nacidos, entonces, no depende sólo de los cuidados que se tienen durante el embarazo; el ciclo se cumplirá exitosamente si las condiciones que se encuentran fuera del útero son favorables. La doctora Mary Sulbarán es pediatra del Centro de Atención Médica Integral de la ULA (CAMIULA). Ella ha sido testigo de que,  hace rato, las condiciones para los recién nacidos no son las más favorables. “Desde hace años no hay esquema de vacunación, a pesar que se diga lo contrario. La vacuna rotavirus que previene las diarreas, la de neumococos que previene enfermedades por bacterias, la trecevalente que previene infecciones que van desde una otitis hasta una neumonía, hace mucho tiempo que no llegan ni a los centros privados y menos a los públicos. Otra vacuna que dejó de aplicarse, y que a pesar de no estar en el esquema de salud pública se conseguía en los privados, fue la de la varicela, que previene lo que comúnmente se conoce como lechina”, explicó la especialista.

Causas con efecto

Es un hecho que la mortalidad neonatal e infantil avanza peligrosamente. Es una batalla que se vive diariamente en las maternidades del país. Aún se recuerda la escena de como unos recién nacidos de un hospital de Maracay eran colocados en cajas de cartón porque las incubadoras estaban dañadas. La imagen que fue difundida por distintos medios de comunicación iba acompañada de varias denuncias que hablaban de fallecimiento de los neonatos.

El estudio realizado en Mérida también muestra las principales causas de los decesos y las clasifica en cinco: sepsis bacteriana del recién nacido, síndrome de dificultad respiratoria, malformación congénita del corazón, malformación congénita y septicemia. Éstas concentran el 34% del total de defunciones en menores de un año, acontecidas durante el 2017. De esa totalidad, la primera causa alcanzó un peso relativo para ese año de 8,5%. La sepsis bacteriana neonatal es una infección invasiva que se produce durante el período neonatal, es decir, entre los primeros 27 días de vida. “Puede ser de inicio temprano, como consecuencia de microorganismos adquiridos intraparto, o de inicio tardío, la cual se contagia del ambiente (infección neonatal intrahospitalaria)”, señala el estudio.

De las cifras obtenidas del Departamento de Epidemiología perteneciente al AHULA para los años 2017-2018, los valores absolutos de las defunciones de niños menores a un año de edad aumentaron de 287 a 298 casos, lo que representa un incremento de 4%. “Desde el punto de vista de las principales causas de muerte se tiene que la prematuridad y la desnutrición severa también han venido en aumento; primera y quinta causa de muerte en 2017 y, primera y tercera causa en 2018, respectivamente. La prematuridad aumentó de 36,7 a 39,9% del total de muertes acontecidas en 2017, mientras que la desnutrición severa pasó de 4,5 a 6,4%”, detalló el profesor Gustavo Páez.

En suma, la investigación realizada por el OVV Mérida confirma que la mortalidad infantil viene incrementándose en lo últimos años en la entidad. Sin embargo, es menester resaltar que los fallecimientos por causas endógenas, como el caso de malformaciones congénitas, lesiones y trastornos al momento del parto, asfixia con el cordón umbilical, entre otros, los cuales dependen de factores biológico-genéticos durante el proceso de gestación, han venido disminuyendo; mientras que los decesos por causas exógenas, que son determinados por distintos factores que se generan en el ambiente tanto natural como social que recibe al niño una vez que nace (situación de la red de centros de salud, disponibilidad de vacunas, costo de la vida, higiene en el hogar, frecuencia de enfermedades infecto-contagiosas y parasitarias, nutrición versus desnutrición, contaminación ambiental, entre muchos otros) han venido en aumento.

En definitiva, la mortalidad infantil ha empezado, en los últimos años, a ser motivo de preocupación. Las cifras arrojadas por los estudios ubican al país a la par de naciones con extrema pobreza o inmersos en guerras, de allí que en las maternidades se libra a diario una lucha entre la vida y la muerte, en cuya batalla están los recién nacidos. Las esperanzas siguen puestas en una política de estado que vele por condiciones idóneas que logren bajar los índices de mortalidad infantil en el país.