Luisa Pernalete
@luisaconpaz

Si algo se ha hecho visible en esta cuarentena mundial, con la suspensión de clases presenciales para unos 1.500 millones de estudiantes, es la importancia de los educadores. Las familias reconocen el trabajo de los maestros. El otro día escuché decir a una mamá, que ahora entiende la paciencia que supone ser maestro, pues ella, con 2 hijos, está desbordada. ¿Qué será la maestra con 30, 35 chamos?  

Sabemos que esa suspensión de clases presenciales no ha supuesto la paralización de la labor de los docentes, pues por diferentes vías, en todo el mundo, se está trabajando con educación a distancia, y hasta tenemos maestros heroicos, como unos cuantos que conozco de las zonas rurales o de comunidades urbanas muy precarias, en las cuales esos héroes silenciosos entregan orientaciones, casa por casa, para que los chicos tengan instrucciones para su educación. Nadie les obliga, pero sienten que no pueden abandonar a sus alumnos.

Uno de los peligros cuando tenemos un país con tanta “noticia desgastante” -como lo ha calificado el Presidente de la Conferencia Episcopal- es que unas van tapando a las otras, y problemas subyacentes se van dejando de lado y se puede pensar que ya no existen, como es el caso de los problemas serios que ya nuestra educación sufría antes de la cuarentena.

Desde hace varios años, la educación venezolana está en emergencia. La rutina escolar está perdida para los estudiantes, puesto que, por una razón u otra, no tienen sus clases todos los días o no la tienen con sus horas completas. Según la encuesta ENCOVI, esa que hace una alianza de universidades y centros de investigación, en el 2019, sólo el 50% de la población en edad escolar asistía regularmente a clases. ¿Razones de la inasistencia? Falta de alimentos en casa o en la escuela, problemas con el agua o la electricidad, en casa o en la escuela, problemas con el transporte, y, añada, falta de maestros por renuncias o por problemas similares a los de los estudiantes.

Recuerdo lo que costó regularizar el inicio del año escolar en septiembre del 2019… “No tenemos los maestros completos”, decían los directores. Imposible olvidar el caso de un colegio de Fe y Alegría en el oeste de Barquisimeto, comenzó el año con 23 renuncias de profesores. Recuerdo, también, que en una de las zonas de Fe y Alegría, la primera semana de clases sólo se reincorporó el 50% del personal, no por renuncias sino por no tener dinero para los pasajes.

Los bajos salarios de los docentes venezolanos, en un país que ya lleva 4 años con la inflación más alta del mundo, es ya vergonzoso. Y no pretendemos que nos comparemos con países del primer mundo. Solo como dato referencial, un maestro que esté comenzando en Colombia gana un poco más de 200 dólares, de los que menos ganan, y en donde más ganan, Uruguay y Chile, pasan de 800.  Esto no lo mencionamos para estimular el éxodo, sino para que veamos a qué nivel estamos. ¿Y en Venezuela? Ningún educador llega a 10 dólares al cambio actual, aun con primas y bonos. Ya lo dijo el Director Nacional de Fe y Alegría en el comunicado hecho público el pasado 27 de abril: “El ingreso mensual de un educador es miserable. Su capacidad para adquirir alimentos y bienes necesarios es reducidísima. No tiene cómo afrontar una enfermedad o cualquier imprevisto. Todo ello genera en nuestro personal preocupación, angustia, incertidumbre, decepción y molestia”; sabemos que esos no son sentimientos sólo de los maestros de escuelas subvencionadas.

Y no hablamos solamente de compararnos con colegas de otros países, hablamos también del salario de los docentes en relación a otras remuneraciones aquí en Venezuela. Doy un ejemplo. Antes de la cuarentena, un corte de pelo en una peluquería humilde del  centro de Caracas, estaba alrededor de Bs. 200 mil, sin secado, sin lavado. Eso no lo gana un maestro en un día, es lo que puede ganar en algo más de una semana. No está mal que la peluquera cobre ese monto, lo que está muy mal es que el trabajo del maestro no se considere suficientemente importante como para que gane dignamente.

No invertir en Educación significa no invertir ni en el presente ni en el futuro de un país. Los bajos salarios de los educadores no son justos para la importancia de su rol en la  sociedad, pero tampoco  es inteligente, pues de una crisis no se sale sin educación.

Y volviendo a la educación en cuarentena, es admirable lo que muchos docentes están haciendo para atender a sus alumnos: aprender en el camino -eso de educar a distancia a niños y adolescentes es nuevo- , salvar obstáculos tecnológicos, utilizar sus teléfonos celulares, responder exigencias de sus alumnos, del Ministerio, de las autoridades de su centro educativo. Sin embargo nos consta que hay mucho educador generoso y creativo haciendo su trabajo.

La radio, la televisión, la tableta, sin el educador que oriente, que acompañe, no será nunca suficiente. Suelo recordar el diálogo que tuve con un cacique indígena cuando todavía era directora regional de Fe y Alegría en la zona de Guayana. Su comunidad, muy cerca de la frontera, llevaba años solicitando una escuela para sus pequeños. “Nosotros podemos construir la churuata y las mesitas”, me dijo el cacique, y yo sabía el resto: Fe y Alegría que ponga el  maestro. Y es que sin maestros no hay escuela.

Como bien dice el comunicado que ya mencionamos: nosotros hemos hecho lo que nos corresponde, con vocación por delante, a pesar de la precariedad de los ingresos, con creatividad, saltando obstáculos. Sabemos que lo que está en juego es la educación del país, ello supone que hay que cuidar a los educadores, los cuales están asumiendo responsabilidades; corresponde al país, a la sociedad y al Estado asumir la suya.

En el comunicado ya mencionado, Fe y Alegría hace un llamado para que, entre otras cosas, se reconozca y valore el trabajo de los profesionales de la educación (docentes, directivos, administrativos y obreros) con remuneración justa; pide también que se dote de herramientas tecnológicas necesarias para atender a los estudiantes en esta cuarentena con educación a distancia; también habla de activar un plan de emergencia para  apoyar a las familias de los docentes en cuanto a su alimentación; no se olvidan de pedir que se generen las condiciones de movilidad y acceso a las comunidades de los sectores rurales, indígenas y periurbanos, porque ellos no pueden quedar excluidos en esta coyuntura.

Venezuela no es Japón, pero es bueno recordar que, en ese país, los oficios mejor remunerados son el de policía porque cuidan a los ciudadanos, los médicos porque curan a los ciudadanos y los maestros porque forman a los ciudadanos.