En uno de los barrios pobres del municipio Iribarren del estado Lara se sirven diariamente más de 100 almuerzos para niños y niñas en condición de vulnerabilidad extrema. La promotora de esta labor es una mujer menor de 30 años, madre, profesional universitaria y con un gran sentido del trabajo colaborativo. Durante los últimos dos años, esta noble tarea de voluntariado ha sido en gran parte posible por el programa de alimentación “Alimenta la Solidaridad”, que sirve aproximadamente 3.000 almuerzos todos los días en 34 comedores comunitarios de varios de los municipios de Lara. Así es como el trabajo de madres, que a pesar de las graves privaciones que impone la crisis de los servicios públicos, permite que este centenar de menores de edad pueda hacer, al menos, una comida al día.

Además de las condiciones de pobreza multidimensional que vive el país, a estas mujeres del oeste de Barquisimeto les toca convivir con el miedo al crimen. Durante muchos años el mayor temor ha sido quedar atrapadas en medio de un tiroteo entre bandas, ser atracadas por uno de los delincuentes del barrio o ser víctimas del abuso policial. La crianza de los hijos e hijas se dificulta en un contexto donde la tentación de la vida delictiva en un entorno desigual es mayor, donde el ocio juvenil no puede abordarse de la manera más efectiva y donde el incentivo del delincuente se multiplica gracias a la debacle institucional que hace inútil los principales arreglos sociales para la paz.

Ninguna de las anteriores variables de la vida social en Venezuela ha desaparecido; el miedo al crimen no se supera porque el crimen se cuenta entre nuestras tragedias. Sumado a esto, desde el 2017 estas madres han tenido que construir su cotidianidad con otro miedo, que se hizo más frecuente y profundo en algunos sectores populares de Venezuela: el miedo a las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES).

Durante el año de la pandemia, las madres de este comedor sufrieron la violenta y letal presencia de las FAES. En el primer semestre del año, en pleno confinamiento, más de 100 efectivos ingresaron al barrio, golpearon a las mujeres, y a los hombres los sometieron al terror de sus insultos, amenazas y amedrentamientos. A un joven se lo llevaron y lo asesinaron junto a otro hombre del barrio contiguo. El diario “La Prensa de Lara” publicó que la versión oficial aseguró que los jóvenes fueron interceptados en un lugar público y respondieron disparando a la policía, lo cual llevó a los funcionarios a ‘darles de baja’.

Ese día las mujeres salieron a defender a sus hijos, esposos y hermanos, pero las armas y la violencia de los y las funcionarias de las FAES las superaron. A la casa del comedor ingresaron; al esposo de la coordinadora lo sacaron a la calle para revisarlo, le decían, entre acusaciones e insultos: “¡Enseña las manos! Andamos buscando a alguien como tú que tiene una cicatriz”. Los funcionarios miraban los teléfonos y lo miraban a él. Le abrían las manos y le buscaban cualquier cicatriz. Algunos de ellos afirmaban que sí era, mientras su esposa les reiteraba que él no era ningún delincuente. Ahora la pregunta que se hacen en la comunidad es: ¿Cuál sería el destino de ese joven si, por casualidad, como cualquier hombre trabajador, hubiese tenido una cicatriz?

Luego de vivir ese momento de pánico, los funcionarios se fueron del comedor y continuaron su búsqueda en las otras viviendas. Entraron a la fuerza en el resto de las casas y con sus armas largas revisaron por debajo de las camas, lugar donde muchos niños se escondían aterrados, y con ganas de estar con sus madres.

 A la mañana siguiente varias familias huyeron de sus casas; una de las mujeres del comedor tuvo una recaída con una parálisis facial. Sin embargo, al mediodía las mujeres estaban sirviendo la comida de los más de 100 niños. Ese día todos fueron a buscar su sustento en silencio.

Desde ese momento las mujeres se organizan para buscar formas de documentar y denunciar los casos. Ahora, reflexionan sobre el miedo y la necesidad de superarlo. El temor de perder a sus hermanos, hijos y esposos las acompaña en su día a día.

En diciembre, las FAES volvió a visitar el sector. Hizo una entrega de regalos, en una actividad donde el maltrato no faltó. Mientras algunos funcionarios daban los obsequios, otros inspeccionaban y buscaban a unos presuntos delincuentes. Las madres, nuevamente, estaban allí, tratando de evitar una tragedia, procurando que este organismo se fuera rápidamente del barrio y se alejara de sus vidas.

Esta nueva visita no las derrumbó… Su mayor deseo es superar un año de enfermedad, asesinatos, pobreza, migración y terror. Comparten criterios mientras cocinan, y están convencidas que para superar la tragedia hay que continuar trabajando en unión y solidaridad. Ellas no se rinden. La esperanza de una vida mejor para sus hijas e hijos las convoca a enfrentar los desafíos que se sobreponen a la acción individual.

La violencia en Venezuela se expresa en las maltratadas condiciones de vida de sus habitantes, en la fuerza brutal de las autoridades y en las múltiples privaciones que son producto de un gobierno que omite sus responsabilidades o actúa de espaldas a ellas. No obstante, darle un nuevo sentido a la idea de bienestar, sobre postulados que incluyen a otros (vecinos, ciudadanos, familiares, amigos), es decir, agenciar su desarrollo, su dignidad y libertades, es una capacidad que muchas de las mujeres de los barrios pobres venezolanos han generado para contener los males de la emergencia. Entre otras, por eso no hay más muertes; por eso hay niños en las escuelas, niñas que todavía viven libre de maltratos, jóvenes que continúan con vida; por eso hay esperanza.

La persecución y hostigamiento a las organizaciones que dan respuesta humanitaria y defienden derechos humanos, como “Alimenta la Solidaridad”; la matanza a hombres jóvenes en los barrios; la ausencia de protección de niñas, niños y adolescentes; y la pobreza extrema y multidimensional, evidencian algunas de las formas en la que se conjugan distintas modalidades de violencia que en Venezuela millones de mujeres enfrentan con valentía y compromiso. Allí tenemos una reserva fundamental para el cambio al que casi la totalidad de venezolanos aspiramos. La acción solidaria de las mujeres de los barrios pobres de Venezuela nos debe dar pistas para pensar y procurar alternativas de cambio.

Equipo del Observatorio Venezolano de Violencia en Lara (OVV Lara)